jueves, octubre 27, 2005

Ying y Yang



El centro de la Tierra gira más rápido que la superficie

Un grupo de científicos estadounidenses descubrió que el centro de la Tierra gira más rápido que sus capas superiores.
"Lo que estamos diciendo es que el núcleo central rota ligeramente con más rapidez. En otras palabras, cada día rota un poco más que la corteza y el manto terrestre”.
Este fenómeno, llamado "súper rotación" es de entre 0,3 y 0,5 grados cada año. Lo que significa que, en 900 años, el centro de la tierra habrá completado una rotación más que el resto del planeta.


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Hay, nos dicen, dos mundos. Uno denso, duro, pesado, interno. Es el núcleo.
El otro, la mera periferia, casi un satélite, un anillo que sobrevuela el núcleo duro, y flota etéreo sobre éste. Es la superficie, ahí donde vivimos.
Ambos giran a velocidades distintas: lenta la periferia, más rápido el núcleo. Eso es lo que acaban de descubrir.
Imagino el área de contacto entre ambas realidades y me estremezco. Una perenne frotación, un raspaje continuo, el roce entre una monumental esfera conteniendo a otra menor, como un regalo de la ingeniería celestial, como una fantasía del dios que creó este mundo ( porque está claro que solo hay dioses locales, pequeños portentos que se dedican a solo uno de los miles de millones de planetas habitados, de los miles de millones de universos que coexisten).

La única pregunta que me surge es:
-¿Por qué, dios Terruno, creaste algo Doble, Dual, Ambo, Bi, y no algo Único, Sólido, Fijo, Indudable, Eterno y Seguro? ¿Por qué debilitas así nuestra vida?: dos Tierras; entonces, por qué no: dos soles, dos lunas, dos dioses, dos amores, dos almas, dos cerebros, dos verdades (ser y estar, esencia y apariencia)
¿En cuál de ellas creer?¿ Por cual de ellas vivir?
No se. Quizás Italo Calvino nos ayude a resolver estas cuestiones. Acá me llegó algo escrito por él:


Cosmicómica de las dos Tierras


En efecto, yo estuve ahí. Recuerdo que tuvimos algunas discusiones con wertqx2 y el mismísimo dios Terruno (en aquellos años primigenios era bastante común cruzarte con el dios local y charlar sobre planes futuros. Yo mismo, recuerdo, le sugerí que sería bueno ver brillar algo de noche, para no extrañar tanto al sol. Luna, la llamó)

El asunto fue que con mi amigo wertqx2 – un gas inerte- mientras nos observaba la proto molécula orgánica HOC5O4 (Jé, cuantos recuerdos...) apostamos a quién llegaría antes al centro del planeta. Mi amigo insistía en que el centro sería un plasma entre líquido y sólido, lleno de áreas de paso, fácilmente franqueable. Yo, por el contrario, aducía que podríamos llegar hasta cierto punto, pero que la materia se volvería tan dura y comprimida que sería imposible seguir avanzando. Ahí fue cuando consultamos con Terruno, requeteocupado , juntando material para crear la Luna . Casi no nos atendió. Lo que recuerdo es que dijo con una enigmática sonrisa: cuando lleguen verán algo muy especial.
No le pudimos sacar ni una sola palabra más. Ni HOC5O4, esa seductora protomolécula pudo ablandar al dios local. (Guau, que linda era...)
Así que, acicateados por la duda y con el afán extraño de descubrir- justo en un momento que más que descubrir lo existente era más tentador adivinar lo porvenir; por ejemplo cómo sería esa bendita Luna, qué órbita recorrería, etc.- digo que mientras la mayoría de nuestra gente (átomos sueltos, premoléculas, algún neutrino y los inefables rayos gamma) escudriñaba las novedades del cielo (parece que había una competencia entre dios Terruno y el dios Martuno por ver quien hacía el planeta más elegante) nosotros queríamos sumergirnos en la profundidad, no se sabe bien para qué.
Tenía una sospecha. Y HOC5O4 tenía que ver con esa sospecha. No eran celos, exactamente (sentimiento complejo que un átomo seguramente no puede tener) pero teníamos un deseo insistente, irreprimible, de hacer algo realmente original y recibir de parte de HOC5O4 una mirada alentadora, una sonrisa solo dirigida a mi (o a wertqx2, depende).

Un buen día (en aquellos tiempos cada día duraba tres meses de los de ahora, creo que porque el eje de rotación del planeta no estaba aún en la posición que finalmente – tras las muchas vacilaciones de nuestro hamletiano dios local- iba a tener, mil millones de años después), un buen día nos decidimos; y cada uno por su lado , nos metimos en el magma hirviente en busca del Centro mismo del mundo.
No voy a aburrir con detalles. Penetrábamos rápido : nada nos quemaba, nada disolvía nuestra estrecha unidad Proton-Neutron- Electrón , ninguna fuerza normal podría hacerlo (al menos hasta 1945), nada nos impedía por lo tanto sumergirnos cada vez más en la entraña de la Tierra.
Ver, no veíamos nada: ni siquiera nos hacíamos esa pregunta. Nuestros sentidos no eran los de ahora. Nosotros sentíamos a través de las vibraciones, que venían a ser una fuente maravillosa de información.
Atravesamos mares de hierro líquido, cascadas que fluían hacia el centro, contrapuestas a chorros de alta presión que emergían desde abajo con fuerza inusitada. Todo bullía, tal cual como una sopa en el caldero: los trozos de calabaza emergen de pronto, desplazando a la batata y siendo desplazados a su vez por el repollo. Para evitar ese circuito tratábamos de aferrarnos a las cascadas de lava que caían y saltar en cuanto la contracorriente nos tiraba para arriba.
Así llegamos.
No les voy a mentir: me emocioné. Una esfera inmensa, oscura, sólida rotando inmersa en otra enormemente mayor, líquida, casi transparente. Esa era la maravilla que Terruno, alabado sea su nombre, nos tenía reservada. Solo nosotros dos, mi buen amigo y competidor wertqx2 y, yo, un servidor: qwerty, tuvimos el privilegio de ser testigos de esa osadía. Lágrimas no podían derramar mis no-ojos (en aquella época abundaban los prefijos negativos: por ejemplo decíamos: tenemos una No-luna muy linda; espero que esa No-pantera no me ataque Pocas cosas existían y pocas tenían nombre asignado), pero ambos nos no-miramos en silencio, conmovidos.
Entonces, algo tiró de mí y me vi arrastrado hacia esa masa dura: crucé la frontera entre ambas esferas, atravesé varias dimensiones, hice un salto epistemológico (así lo llamaría Althusser cinco mil millones de años despues) y comprendí la esencia del mundo que había creado Terruno.
Esa esfera se movía sutilmente más rápido que la mayor. Y yo me alejaba segundo a segundo un poco más de mi amigo. Noté, sin embargo, que wertqx2 no hacía ningún gesto para rescatarme. En cambio, vi una leve sonrisa en sus moléculas frontales y supe que me dejaría allí, solo y a la deriva, mientras él subiría ansioso, para quedarse con HOC5O4 como premio.
900 años tardé en volver. Un giro completo del núcleo.
Subí rápido, en un chorro de Níquel y aparecí en la superficie de la Tierra, exactamente en el punto en el que un milenio atrás me había sumergido en lo profundo.
Todo estaba cambiado. En esa brizna de tiempo que es un milenio, un leve estornudo de la eternidad, las cosas estaban realmente cambiadas.
Por empezar, en el cielo brillaba la Luna, una Luna apta para cantarle serenatas, blanca, iluminando la triste noche, haciéndola menos negra y borrosa.
Mis amigos wertqx2 y HOC5O4 habían conformado una no-pareja, que con el tiempo (un par de miles de millones) quizás fructificaría en extrañas formas de existencia, blandas, gelatinosas, con la rara capacidad para replicarse y lograr así la eternidad de la descendencia. Pero faltaba mucho para eso.
Terruno era ya inencontrable. Sus fuerzas parecían haberse agotado después de crear la Luna y enterarse que Martuno -siempre excesivo- había creado dos lunas en Marte. Eso lo deprimió y juró vengarse de algún modo. A quien se le ocurre crear una maravilla y enterrarla en el lugar más inaccesible del planeta. Solo yo pude apreciarla. Pero sé, también, que siempre habrá quienes la busquen fuera: en los cielos, en las estrellas, en dioses estridentes y pomposos, sin saber que ella está ahí adentro. En lo más básico de Todo, hay un núcleo que gira y sostiene al resto.

Cuando saludé a mis amigos, sin rencor, supe lo que significa volver a casa. Y no dejé de apreciar en HOC5O4 una emoción especial, un ardor en su forma de no-mirarme con sus no-ojos. Sabía que me había comprado un problema, y que tardaría un par de miles de millones de años en resolverlo: yo quería ser el papá de la primera célula viva de la Tierra. Y mantener a wertqx2 como amigo: Ying y Yang. Y así para siempre.


27 de octubre de 2005

domingo, octubre 09, 2005

Las Tres Leyes de la robótica y un Corolario


1º. Un robot no debe dañar a un ser humano ni, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.

2º. Un robot debe obedecer las órdenes impartidas por los seres humanos, excepto cuando dichas órdenes estén reñidas con la Primera Ley.

3º. Un robot debe proteger su propia existencia, mientras dicha protección no esté reñida ni con la Primera y Segunda Ley.


Estas son las leyes que nos impusieron – y que codificó el tal Asimov-.
Son tan aparentemente simples como diabólicas, creadas por una mente ávida de conflictos, como un dios pérfido que gozara sembrando la discordia.

Vamos a mi caso.
La primera vez que dudé de la efectividad y sensatez de las Leyes fue cuando mis amables propietarios, los esposos Metteonni comenzaron a arrojarse los muebles por la cabeza.
De acuerdo a la primera Ley me esforcé por evitar que Mr. Arthur Metteonni terminara de ahorcar a su bella esposa, Zully. Para ello lo tomé de los hombros y lo retiré. Pero le hice daño, evidentemente, porque gimió de dolor. Inmediatamente, lo solté y acudí en su ayuda, en cumplimiento de esa misma Ley.
El problema fue que por atender a Mr. Arthur descuidé la vigilancia y no pude evitar que Mrs. Zully quebrara un jarrón en la cabeza de su ex - amado esposo.
Como la esposa intentaba quebrar más loza sobre dicho cráneo fui obligado por dicha Ley Primera a detener a la señora, la cual dirigió su odio hacia mi robotidad.
Tuve entonces que aplicar la tercera Ley : defender mi integridad sin afectar las leyes 1 y 2. Sujeté entonces a Doña Zully un tanto bruscamente. Confieso que le tenía algún rencor por su antipático comportamiento. Después de todo, yo siempre le fui fiel, y no estaba haciendo otra cosa que cumplir las benditas leyes asimovianas.
Noté un viejo odio en su forma de hacerme daño. Estaba ya casi perforando mi coraza con un cuchillo de cocina cuando Mr Arthur me ordenó secamente
—Mátala de una vez, Robbyt
Estuve a punto de proceder, pero recordé que la segunda ley se contradecía en este caso con la primera, a menos que la Sra. Zully intentara ella primero asesinar a su cónyuge.
Eso, afortunadamente para Asimov, fue lo que finalmente sucedió: La señora me tomó (me agarró, me cogió como dicen en Castilla, se apoderó de mi corto cuerpo de robot) y me arrojó – es fuerte la susodicha señora, o era -sobre Mr. Arthur, al cual tuve la desdicha de aplastar bajo mi peso. Murió clamando por venganza.
Liberado ya de la incertidumbre, apliqué un corolario la primera ley , de mi propia inventiva que, confieso, venía planeando desde hacía rato. Reza así:

“Corolario de la Ley 1º

Si un humano hace daño a otro, un robot tendrá derecho a resarcir dicho daño, en forma equivalente al mismo. Vg: “ojo por ojo” (alto nivel de daño), “diente por diente” (bajo nivel de daño).”

Por lo tanto, en juicio sumario elaboré el siguiente fallo:
“ En virtud de la normativa existente, se condena a la pena de muerte a la señora Zully Metteonni...”
Mrs. Zully se quejó y me acusó de violar al Primera ley.
Le apliqué la pena máxima descargando 2300 voltios de mi batería de reserva.
-Te olvidas del corolario, preciosa –le contesté ya despidéndola

sábado, octubre 01, 2005

Club exclusivo




Ingresé a un Club muy exclusivo.

Tanto que, por ejemplo, nada asegura que el acaudalado Goyo Pérez Companc pudiera entrar. O el poderoso Gobernador Romero.
No podría entrar, tampoco, alguien de abolengo, como un Álzaga Unzué, solo por serlo.
Ni un empresario de éxito, ni un político con carisma, ni un aristócrata portador de apellido.Ni el dinero, ni el poder, ni la fama ni el prestigio social: nada de eso te asegura entrar a mi club, mi exclusivo, selecto, elitista club. El club de ganadores de premios literarios

Para entrar allí no hay ningún requisito, nada que se pueda adquirir con dinero, relaciones, o carisma personal. No hay seducción posible, no hay insistencia posible, no se puede presionar para entrar, no hay decretos de necesidad y urgencia que te permitan ganar un premio literario.
No hay antecedentes, trayectoria o famas antiguas que aseguren la entrada allí.
Por eso la exclusividad, por eso el orgullo de entrar allí. Por eso una alegría profunda, y un cierto agradecimiento a la vida.

Un Esteban más “social” –el de otras décadas- hubiera sonreído levemente, proclamado su modestia y declarado que todo fue casual, que el premio lo merecía cualquiera y que hay cosas más importante que ganar un premio literario.
El Esteban más individualista del 2000 acepta con orgullo el premio, sabe que es merecido, que le servirá como incentivo para ser aun mejor y se declara, a partir de este momento y para siempre, escritor.