viernes, diciembre 31, 2004

La Ola

Triste, apagó el cigarrillo. Aspiró el humo que flotaba aún en el aire, como un perro husmeando en busca de trazas de comida, o de señales de hembra en celo. Cuando no obtuvo más que aire neutro- sin sabor ni olor- se detuvo. Miró el cenicero aun humeante y calculó que en tres minutos ya estaría en condiciones normales de encender un nuevo cigarrillo. Se daba ese tiempo de espera como muestra de dignidad o como favor a su médico o a su madre. Si por él fuera, encendería cada cigarrillo con las brasas del anterior. Devoraría paquete tras paquete en una orgía permanente de humos, un eterno zambullirse en la más deliciosa mezcla gaseosa. Solo así sentía que su ser tenía algún sentido en la máquina misteriosa que se componía de noches, días, gentes, nacimientos, celebraciones, trabajos y estudios, a la que se sometía pacientemente desde hacía treinticinco años. No era su único placer. Pero sí el más inmediato, simple y barato, no requería de seducciones, era legal, moral y éticamente irreprochable y, hasta hacía poco, socialmente aceptado. Lástima que lo estaba matando. Lo sabía, pero de un modo puramente racional. En el fondo, su intuición le decía que algo tan placentero no podía estar conectado con la muerte. Compartía con los publicitarios la identificación entre fumar y disfrutar más plenamente de la vida: mirar un buen programa y fumar; entrar a un bar con amigos, y fumar; hacer el amor, y fumar; tener ideas, rumiar fantasías, levantarse en mitad de la noche entusiasmado con un proyecto... y fumar. Le habían diagnosticado insuficiencia pulmonar. De cáncer aún no se hablaba. Pero nadie lo descartaba. Era joven aún y había tiempo para crear y alimentar un buen tumor.
En esas cavilaciones estaba, cuando sintió el ruido. Un bramido extraño que venía de la playa. Cuando salió de la cabaña – estaba en alguna isla del Indico, a salvo de poluciones, ruidos y estruendos ciudadanos- y vio que el mar reemplazaba al cielo, supo que su muerte era inminente, pero que no moriría por culpa del tabaco.
Se entregó mansamente al Tsunami.

27/12/04

martes, diciembre 28, 2004

del Diccionario de Entrecasa

MINISTROS

Funcionarios que suelen no funcionar


IDENTIDAD CULTURAL

Características que hacen que mi cultura sea mejor que la tuya


PROCESAMIENTO DE DATOS

Cosas que se les hacen a los datos para que digan aquello que queremos que digan


LABERINTOS

Palabra ineludible entre periodistas que comentan la obra de Borges. Idem, “espejos”



DISCRIMINACION SEXUAL

Algo para algunos, realmente excitante



OBJETIVIDAD

Maravillosa cualidad que solo poseen los seres superiores como yo



TEORIA DE LAS PROBABILIDADES

Demostración de la capacidad del hombre de prever la imposibilidad de prever





viernes, diciembre 24, 2004

Un domingo en Rafael Calzada

Llamarse León Kaplansky, ser blanco, casi lechoso y lleno de pequeñas pecas, calzar lentes, caminar lento y con los pies abiertos y ser bastante gordo, eran razones más que suficientes para suponer que en el Bar de la estación llamaría inmediatamente la atención. Pero mi buen amigo León, curioso e ingenuo fotógrafo dominguero, solía desconocer las señales de peligro.
Había tomado un tren cualquiera y se había bajado en un rincón al azar de lo que en la jerga es el GBA, el Gran Buenos Aires, el Conurbano, el suburbio: José Mármol, Rafael Calzada o El Tropezón, qué importa.
Eran las cinco de la tarde de un domingo de partido y los muchachos estaban en el bar, escuchando la radio, gritando a cada jugada de ataque, riendo, gozándose unos de otros cuando había un gol, un expulsado o un tiro libre.
En eso, entró el gordito, cargado con cámaras, lentes y cartera colgante. Un espécimen. Un absurdo contraste (ejemplar urbano de clase media con hobby de fotógrafo, sólo en un domingo de sol, entrando en un bar de suburbio, oscuro, oliendo a pizza y hamburguesa, habitado por una barra excitada).
Se sentó en la mesa de la ventana, mirando el paisaje de chapas oxidadas, vías, viejos carteles de publicidad anunciando cursos o vinos de marcas ignotas, gomas viejas, un carro sin caballo, un muro, unas casillas ferroviarias, una especie de huerta mal atendida, calzones y remeritas de colores secándose al sol. Buscaba algún motivo para su serie «Trenes».
Pidió un café, bebida extraña en aquellos parajes donde reina el mate y en los bares solo se gasta en cerveza, vino o gaseosas.
Le dieron un líquido negro, tibio, recalentado. Lo tomó con resignación, ya arrepentido por haberse atrevido a entrar en el bar y preocupado porque encontró unas miradas de complicidad que se cruzaban unos y otros, de una punta a otra del salón.


La primera miguita le pegó en la oreja. No se dio por enterado, interesándose vivamente por la vista que le ofrecía la ventana. Acomodó algunas cosas, apuró la taza con el líquido amenazante y se dispuso a pagar y salir de allí.
La segunda fue como un obús. Imposible ignorarla. Miró con gesto de asombro y desprecio, buscando la mano del culpable. Recorrió, desafiante, las mesas del bar. A medida que iba encontrando miradas vacías y alguna risa contenida, empezó a planear la respuesta. Miraría hacia la calle, esperando otra miguita. Sin que nadie lo notase, abriría la cartera colgante. Sacaría la Bersa 22 y allí comenzaría la fiesta. Primero apuntaría con calma a aquel petiso que sonreía cachador, le tiraría entre los ojos mientras los otros aullarían de sorpresa. Los mataría uno por uno, sabiendo que el terror los paralizaría, dándose tiempo para apuntar. Uno, al corazón; otro, a la cabeza. Las pequeñas 22 entrarían en esos cuerpos sin demasiado escándalo: la sangre no chorrearía por el piso, pero los cuerpos caerían uno a uno, desarmados y muertos. A los más flojos, los dejaría para después. Quería oírlos gemir de miedo, esperando su final.


Otra miga pegó en su frente. Abrió la cartera y tanteó la pistola, la sacó de un tirón y apuntó al petiso.
El estómago se le derramó por dentro cuando recordó que la caja de balas estaba en su mesa de luz, intacta, sin abrir, que en el apuro por salir, olvidó cargar la pistola, que tenía miedo y que los monos ya se le venían al humo y que no quisiera morir en Rafael Calzada, un domingo de sol, solo, blanco y con pecas, llamándome Leon Kaplansky, mamá.

2002

(4º Premio, Certamen de Cuento 2003, Editorial Mis Escritos, publicado como “Bar de Estación” en Badosa.com)

viernes, diciembre 17, 2004

del Diccionario de Entrecasa

MASA
Conjunto de ciudadanos de poco peso

LENGUAJE
Sistema sintagmatico polimorfico que facilita la incomprensión mutua, merced al uso de fonemas dismórficos

PAJAROS
Aviones naturales

Meteorologías

20 de marzo de 2015

Hace unos meses, en septiembre de 2014, las lluvias en nuestra ciudad alcanzaron el récord histórico de cien milímetros en un mes, una cifra que duplicó el promedio del presente siglo (para no hablar del seco siglo veinte, cuando los promedios anuales apenas rozaban los doscientos milímetros). El ciclo de lluvias había comenzado en 2003, cuando la ciudad de Santa Fe fue anegada en un cincuenta por ciento y nunca pudo recuperarse.
En 2013 los técnicos de hidrología habían informado al Gobernador sobre la necesidad de reforzar las defensas del norte de nuestra ciudad. El arroyo Totoras amenazaba descargar millones de litros en pocas horas.
El Gobernador Severo Fernández Diez se dirigió entonces al Presidente Savio, solicitando ayuda financiera adicional. Pero, las gestiones que se sucedieron entre ambos gobiernos fueron infructuosas. El Presidente estaba fuertemente afectado por la pérdida de los valles patagónicos debido a la marejada del 2012. Como se recordará, la notoria crecida del nivel del mar por el deshielo de los polos había ya afectado al 30% del territorio nacional para octubre de 2012.
Frente a ese panorama, con el inminente anegamiento de la llanura pampeana al sur de Mar del Plata, al Presidente le quedaba poco tiempo para ocuparse del problema de nuestra ciudad.
Hay que recordar que las marejadas del 2012 habían sido anticipadas por la información satelital y, con presteza, el entonces Gobernador de Chubut- nuestro actual Presidente- organizó un exitoso plan de evacuación. Su capacidad de gestión de la catástrofe lo puso en la carrera presidencial con inmejorables posibilidades.
Por eso, nuestro Gobernador no dudó que Savio acudiría en su ayuda. El Ministro de Catástrofes, Sebastián Ricoll, figura central del Gobierno Savio, fue el encargado de las negociaciones.
Por lo que Fernández Diez comentó a sus asesores más cercanos, el Gobierno nacional era remiso a encarar un plan de obras de contención de riadas: la opinión pública estaba absorta mirando la amenaza del mar y no vería con agrado la idea de destinar fondos a problemas de lluvias interiores. El gran tema era el Mar: su amenaza creciente, la posibilidad de hundirse bajo su furia. Dos millones de residentes se habían desplazado de las costas hacia el interior montañoso. Buenos Aires aun resistía, pero se calculaba que en dos años habría que evacuar.
En este contexto, ¿a quién le importaba que Mendoza se hundiera bajo las lluvias tropicales que anegaban la precordillera, desde Jujuy hasta Neuquén?

Ahora ya es tarde: escucho el descenso del muro de agua desde los cerros, envío este email y me refugio a esperar lo peor.


5 de abril de 2015

El agua arrasó con prontitud los suburbios, en la parte alta y se precipitó sobre el Centro con irresistible rabia. Nos golpeó, nos inundó, nos humilló, se regocijó diluyendo nuestras casas en la nada, acuando nuestros recuerdos, las fotos de una vida.
A dos semanas de la riada, lejos de apaciguarse, la población permanece en estado de exaltación permanente, intranquila y sin resignarse a su suerte. Multitudes recorren calles y avenidas anegadas buscando los restos de su anterior vida. Se empeñan en reparar licuadoras y pequeños enseres eléctricos, ya muertos para siempre, inútiles, oxidados y llenos de barro maloliente.
Son personas, técnicamente, inexistentes. No solo han perdido sus documentos de identidad: los registros, las oficinas donde se archivaban sus datos, han sido barridas por la misma inundación que se llevó sus papeles. Son parias, imposibilitados de votar, de acogerse a algún plan de socorro, de inscribir a sus hijos en escuelas o entrar a un hospital.
Claro que eso poco importa, en una ciudad donde ya casi no hay más escuelas ni hospitales y donde votar, parece una impostura, un eco de la vida anterior.
La logística se desmorona, la autoridad del Estado se desvanece, el sentido común se altera. Centenares de personas duermen en los techos- ateridas de frío y humedad- solo para defender de supuestos salteadores las cuatro paredes vacías, los muebles diluidos en el barro y los papeles de su vida anterior, deshechos.

Llamamos a la Opinión Pública y al Presidente Savio a que no nos dejen olvidados. Mendoza sabrá devolver la ayuda, cuando la Gran Marejada ataque desde el Este.

16 de abril de 2015

Me llegó la siguiente versión de un diálogo reciente entre el Presidente Oscar Savio y el Gobernador Fernández Diez.
FD: Presidente, no sé realmente porque acepto la llamada. Será en nombre de la vieja amistad
S: Déjese de macanas Fernández, es hora de ponernos a trabajar juntos para sacar las cosas adelante
FD: Hora? Hora era hace seis meses, cuando había tiempo de hacer las obras de contención.
S: No me lo eche más en cara, hombre. De acuerdo, Ricoll se equivocó, me dio informes... incompletos.
FD: Incompletos? Si yo le acerqué todos los informes de Hidrología... mire Savio: yo ya estoy en conversaciones con los chilenos, está claro?
S: Que decís, inconciente?
FD: Lo que oíste. Y estoy al habla con el viejo Rovira en Misiones y Romerito nieto en Salta: nos vamos a la mierda... mejor dicho: te quedas con tu Argentina de mierda: una Pampa hundida en el agua, mientras los “inútiles” del Norte y de Cuyo se van... adonde nos tratan mejor: yo a Chile; Salta y Jujuy a Bolivia; Misiones y Corrientes al Paraguay. Y a la mierda Argentina, añá-raco peuaré!
S: No te puedo creer, pará la mano, Fernandez. O te mando el ejercito y la aeronáutica juntas, cabrón.
FD. A la tierra de San Martín vas a mandar algo vos...
S: ...Que querés.
FD: Nada, ya es tarde.
S: Poné la cifra que quieras.
FD.OK: 5 mil millones para reconstrucción de Mendoza, mil para obras y un crédito de cien mil por cada familia de porteños que venga para acá escapando de la marejada.
S: No entendiste. Qué querés para vos.
FD: No podrás. Los chilenos me ofrecen algo que no tenés.
S: Maldito seas. Pasarás a la historia como el hombre que dividió la Argentina
FD: O el que le dio salida al Pacífico, ahora que el Atlántico nos inunda.
S: Hay algo que no sabés. Si querés saber, es tu última oportunidad.
FD: ...
S: Estas ahí, Fernández? Escuchá. Tengo informes.
FD: De qué...
S: Vos te crees que el tipo que paró la catástrofe de la Patagonia, el que revolucionó el manejo de poblaciones, el que es Presidente votado por el 56%, vos crees que se queda sentado mientras su país se hunde, boludo? Pajuerano pelotudo? Vos con tu tonada cuyana, que no sabes un carajo de inglés, que no tenes un solo amigo en el Norte y a lo máximo que jugas es a meterme los cuernos con el vecino...Escuchame, es tu ultima oportunidad. Te tiro el título: se acaba el ciclo húmedo.
FD: ¿...?
S: Ahhh picaste, pajarito, picaste no? Sí, confirmado por John Highlenson, el experto de NASA que está en el tema. Intimos somos desde el año 12.
FD: Quiero datos ciertos, Savio, no rumores bolaceros.
S: Te doy ya mismo el fono del gringo, llamalo de mi parte y el te confirma todo: pero ojo, la data real, última, en detalle, solo la comparte con papá, está claro? Con Papito...
FD: Me cansaste, me voy a Santiago esta tarde y cierro...
S: La puta que te parió, Fernández!! Vos y tu chota idea fija. Escuchame, cerremos así, y no se habla más: 2 mil millones para reconstrucción y obras, 50 mil por cada porteñito que se instale por allá, y un regalo para vos por 5 milloncitos, que no está nada mal. Además: información de primera con acceso al gringo de la NASA, un plan estratégico de salida al Pacífico con nuestros amigos trasandinos, El Pacto de Cuyo. Además, los invitamos a Romerito y el viejo Rovira a firmar el Pacto de Fronteras de la Integración con nuestros hermanos latinoamericanos, y todos felices. Se termina el ciclo húmedo, viejo, cambia la meteorología, carajo! Y empieza el frío seco, se termina el deshielo, huijjjaa! Entendés Fernández? Un abrazo, cuyano marmota!
FD: Chau, patagónico insufrible

15 de Mayo de 2015

Con sorpresa, hemos visto a nuestro Gobernador invitar al Presidente Savio a inaugurar el campamento de refugiados que se ha instalado en Zona Sur. No es una obra demasiado importante, como para que se haga presente ni más ni menos que el Primer Mandatario. Se han abrazado ante las cámaras y no parece haber ni una brizna de la tensión que, es público y notorio, los separó en las horas peores de la riada. Se los vio reir (de que se reirán, me pregunto, que cosa simpática le ven a esta realidad?), secretear, y besuquear al mismo niño dos veces seguidas. Han prometido inaugurar próximamente el Hospital de agudos, un barrio de 1000 viviendas y otras obras de infraestructura. Se rumorea un plan de ayuda de mil millones, lo cual parece mucha plata para los cándidos periodistas que se marean con las cifras millonarias, pero que cualquiera sabe que no alcanza más que a cubrir obra menor.
Estuvo presente el Embajador de la República de Chile, siempre presto a dar su ayuda al entrañable Cuyo. Se lo vio al petiso Rovira , que no se entiende qué hace tan lejos de su Misiones, y al Romerito. Qué tendrán los políticos que siempre están donde hay cámaras.
(Ayer volví a hacer el amor con Sandra después de varias semanas de angustia, en las que el sexo era una categoría abstracta como la “seguridad” y la “alegría”. Pero, fue más fácil de lo que suponíamos: estábamos realmente inspirados, deseosos y expresivos. ¿La vida sigue? -Comentario no incluido en la versión final emitida por email)
©4-10-2003

sábado, diciembre 11, 2004

Síntomas de vejez

Nací en Siena, en 1254. Hoy tengo 749 años. ¿Increíble no? A ver estamos en 2003, menos 1254, sí, exactamente setecientos cuarentinueve años. Cuando me preguntan si estoy cansado de vivir, si deseo por fin, abandonar la lucha y mecerme en alguna paradisíaca nube tocando la lira, me río, muestro mis agujereadas muelas y grito a toda voz:
- ¡NOO! No estoy preparado, necesito aun conocer tantos lugares y personas, y libros y melodías. Cómo pretenden que quiera irme de este Mundo a inciertos paraísos, o peor aún, a hogueras eternas. No señores, me considero aun un novato en el Universo. Dicen que tiene unos quince mil millones de años: y se asustan de mi pobre record, aun por debajo de los mil años?
Pero en estos últimos tiempos, al fin, estoy algo cansado.
Si leemos aquel viejo libro, la Biblia, sabremos que antes no solo Matusalén fue un fenómeno de longevidad: el mismo Abraham supo durar varios siglos. Digamos que yo, Enrique Dávila Medici (sí, algo que ver con los Medici) soy un heredero de la augusta tradición de los longevos que tanto abundaban siglos ha.
Y me tiene sin cuidado la opinión común, que me considera un exceso, un mal ejemplo, para los simples mortales que no suelen pasar de los 70 u 80 años, pobres chicos que mueren apenas comienzan a entender como es este maravilloso y complejo mundo.
Recuerdo que al cumplir los noventa y tantos, me deprimí. Por aquellos años, la peste Negra, la plaga más asesina que pasó por Europa, ya había liquidado la tercera parte de la humanidad del Continente. Los ricos se refugiaban en sus haciendas campestres, donde se divertían narrando historias audaces, procaces y divertidas. Los pobres se asfixiaban en el aire pútrido de las ciudades y morían de a miles. Otros, buscando culpables, asesinaban a los judíos en sus casas y a las viejas brujas en sus escondites.
Yo me encerré con un amigo rico en su finca y la pasamos muy bien; recuerdo haberle sugerido tomar nota de los cuentos que para entretenernos narrábamos noche a noche, y publicarlos. Nunca me agradeció el consejo. Bueno, a lo que iba: me deprimí porque vi que la muerte me circundaba, me rozaba, insolente. Pensé que mi hora estaba pronta, con tantos años y en medio de la peor plaga del siglo. Pero la muerte pasó de largo, jugueteó con cuarentones y doncellas, se metió en la cama de nobles y curas, de soldados y labriegos, pero me respetó.
Me dispuse a pasar mis últimos años y me dirigí a un dulce país de cálido clima, la vieja Vandalucía. Málaca fue la ciudad escogida por mí para ver llegar al ángel exterminador. Cuarenta años esperando en vano. Otros ochenta, y nada. Me había casi aburrido de vivir cuando comenzó a circular un rumor en las cantinas: un marino Ibicenco o Genovés, seguramente Marrano, llamaba a tripular una singular expedición destinada a cruzar el Mar Océano y retornar por la espalda, por la China y la India. Me gustó la loca idea y me anoté en la leva.
No voy a contar mi historia. Se imaginan. Decenas y decenas de tomos relatando las nimiedades que llenaron mis siglos...A quien le interesará saber donde estaba y que había comido el día en que...San Martín cruzó los Andes o Napoleón se autocoronó Emperador. No, lo mío no es narrar: lo mío es vivir: abrir grandes los ojos, limpiarme las orejas para escuchar bien y dedicarme a disfrutar el espectáculo de la vida.
Fui cura, deshollinador, enterrador, soldado, enfermero, periodista, albañil, ladrón, capitán de policía, herrero, aguatero, y peón de esquila en la Patagonia. Aprendí todos los idiomas del mundo, quizás con la excepción de los infinitos dialectos de la India y de Africa. Leí todos los libros. Participé en centenares de recitales musicales y conciertos. Charlé con Bach, padre, hacia 1735 y con Louis Armstrong una jornada en Harlem, hacia 1936. Aplaudí a John MacLoughlin en Madrid, en 1979, cuando tocó en trío con Paco de Lucía y Larry Corriel, luego suplantado por el demasiado mecánico Al Di Meola. Vi la obras de William en el Globe Theatre y leí con esmero el Quijote, mientras asesoraba a alguno de los Felipes de España sobre la mejor manera de negociar con La Compañía de Jesús en las colonias.
Fui bastante inútil en eso de aconsejar, con mi experiencia, a fin de impedir las insensateces recurrentes, las guerras, los exterminios. Escribí algunos artículos, cartas a diarios, cuando intuía que un conflicto amenazaba extenderse y transformarse en hecatombe, como la Primera Guerra, como las matanzas de aborígenes americanos, como Auschwitz, o el Gulag soviético. Era un simple hombre, solo, contra la maquinaria del poder y la ambición.
Viví. No hay duda.
Pero este año, repito, estoy algo cansado. No es que quiera irme de una vez por todas. Ya lo dije y lo proclamo: quiero seguir de este lado.
Es que me ha pasado algo terrible, inimaginable.
Vi pasar una muchacha en flor, moviendo sus curvas de un modo inocente y perverso al tiempo, con sus ojos prometiendo dichas de goce, cierta malicia y pechos duros y sensibles... Y mi corazón no se aceleró, no sentí ningún cosquilleo creciente en mi hombría. Seguía apagada, inerte y floja, como saciada y harta. Y eso no se tolera. Es la primera vez que me sucede: ¿no será síntoma irreversible de vejez?

30/06/04

Disyuntivas

Estaba en una disyuntiva: dos posibilidades ante sus ojos y solo un minuto para elegir una de ellas, la que le permitiera cruzar el estrecho antes de que la marea subiese y el paso se hiciera imposible.

Eligió el camino del norte. Mala elección. En pocos minutos se dio cuenta de que el sendero terminaba abruptamente ante un paredón infranqueable. Cuando volvió sobre sus pasos fue rápidamente detenido. Le perdonaron la vida pero fue arrojado a un sucio calabozo.

Estaba en una disyuntiva: o comía rata muerta o comía gusanos. Eligió los gusanos. Mala decisión. Los bichos habían consumido carne corrupta lo que le produjo una infección acelerada. Llamó al carcelero, el cual se apiadó del pobre preso y lo llevó a la sala de curaciones.

Había una disyuntiva: Cortar la pierna o el brazo. El cirujano dudaba: Cortó la pierna. Mala elección. La gangrena se desarrollaba más rápido por los brazos. Con lo cual en pocos días hubo que serruchar sus miembros superiores.
Quedó así, el hombre, sin tres de sus miembros. Reducido a un tronco, una cabeza y una pierna.

El Juez tenía una disyuntiva: apiadarse del resto de persona que tenía ante su vista, o decidir el cumplimiento pleno de la pena. Lo declaró inocente y lo dejó libre.

El ahora libre, tenía dos posibilidades: O el circo o la calle, como mendigo. Eligió la calle: mala decisión. El primer día le robaron su camisa y la pocas monedas que había obtenido de la compasión pública.

Estaba ante una disyuntiva: tirarse al paso de un coche o ingerir veneno para cucarachas. Eligió arrojarse. Mala decisión. El coche solo le arrancó la pierna, pero lo dejó con vida.

Así, nuestro amigo quedó reducido a puro tronco y cabeza. Y por primera vez en su vida no tenía que tomar ninguna decisión. Se sintió feliz. Ya nada podría ser peor que eso.

Se equivocaba, pobre iluso. Ignoraba que lo acechaba la ceguera, la pérdida de la memoría, del olfato, oído y tacto: el Alzheimer rondaba cerca.

Hete aquí que en ese momento trágico, donde la esperanza casi desaparece, un suceso inconcebible iba a tener lugar en esa olvidada tierra. Una reparación, una prueba de la justicia divina, un milagro casi. El Poder Divino se apiadó del hombre tullido, ciego, sordo y derruido por la enfermedad: se le concedió la vida eterna.
Mala decisión.










domingo, diciembre 05, 2004

del Diccionario de Entrecasa

EDITORIALES
Empresas dedicadas a redactar artículos de fondo para los periódicos

ESTRELLAS
Actrices fugaces

PRESOCRATICOS
Presos democráticos

David

Cuanto peor, mejor. Así fui educado. Nada me asusta, nada me deprime. Mi voluntad- una fuerza que he aprendido desde muy joven a manejar- se me revela siempre como poderosa, inamovible, rígida casi. Soy duro, primero conmigo mismo. No me perdono flaquear, dudar, debilitarme en la ambigüedad. La indecisión es mi enemigo. He aprendido a templar bien la voz, que me sale profunda, grave y sin quiebres: lisa y poderosa.
De chico me despertaba a la madrugada para presenciar el nacimiento del día y antes de que el resto saliera de su sueño, yo estaba ahí, anticipando a todos, al frío de la madrugada, saludando al Sol.
Supe correr decenas de kilómetros, trepar muros verticales, fortalecer mis músculos en el potro. Supe castigarme en ayunos, dietas mínimas, marchas forzadas, jornadas interminables.

Ahora, sin embargo, me pregunto para qué.
Me invade la incertidumbre, la temida confusión, el vacío de la indecisión. Es como si nada fuera suficiente: ningún sacrificio nos salva de la duda.
Dudo de mi inmortalidad, ante todo. Sé que mis músculos se doblegarán vencidos al final, junto con mi andamiaje de huesos. Eso es inevitable, no es novedad. Pero siempre creí en una forma de persistencia: una impronta, un estilo, un rastro que otras generaciones sabrán reconocer.

¿Seré vencido por el pastor? Esa es la inseguridad que me acosa en este momento, ante los ojos de mi gente, a punto de entrar en la pelea.
Si es así, ¿Persistirá mi recuerdo? ¿Sabrá el Mundo que no fui malo? ¿Podré resucitar en cada joven resuelto, o solo seré sombra y signo de burla, un ridículo gigantón de rodillas, vencido por la astucia? Dios no lo permita. Me entrego a Su voluntad, angustiado en el presentimiento de un mal final.
Pero es tan pequeño el pastor hebreo, sin espada y sin escudo, solo con una mínima honda... ¿cómo me vencerá? Dudas, titubeos de un alma ya dominada.