sábado, enero 29, 2005

Crimen a la brasileña


Ayuda Internet a esclarecer crimen


Admite brasileña de 23 años que para cobrar un seguro mandó a matar a su esposo; esclarecen caso gracias a conversaciones por Internet

La brasileña Patricia V., de 23 años, admitió que para cobrar un seguro de vida mandó a matar a su esposo, el alemán Joachim Gunter M., informó hoy la policía, que resolvió el caso gracias a sospechas surgidas de una conversación por Internet.
El seguro de vida le reportaría a la mujer unos 350 mil reales (cerca de 122 mil dólares), indicó a periodistas un portavoz de la comisaría de Taguatinga, ciudad satélite de Brasilia, donde se produjo el crimen.
Según la fuente, una persona avisó a las autoridades que hace algunas semanas participó en una conversación por Internet en la que una mujer, supuestamente, buscaba sicarios para asesinar a su esposo en la capital brasileña.
Tras saber que un alemán había sido asesinado con nueve cuchilladas, un hombre, cuya identidad la policía mantiene en secreto, sospechó que esa muerte estaba relacionada con la conversación en que participó.
Esa pista le bastó a las autoridades para someter a un riguroso interrogatorio a la mujer, que no resistió la presión y confesó que pagó 3 mil reales (unos mil dólares) a dos hombres para que simulasen un robo y asesinaran a su esposo.
V. y M., quienes habían llegado hace pocos días a Brasilia desde Alemania, donde visitaron a unos parientes, se conocieron en febrero del año pasado y cuatro meses después contrajeron matrimonio.
El no era millonario, trabajaba como chofer y vivía con su madre. Pero pronto su mujer supo que tenía un seguro de vida y comenzó a tramar el crimen.
El cuerpo de M. permanece en Brasil aguardando la llegaba de familiares en Alemania, que ya conocieron del caso, dijo la embajada.
"A mí me gustaba él. Comencé a pensar en eso (es decir, el crimen) en el mes de noviembre. Yo quería ayudar a mis padres, que son ancianos y muy pobres. Realmente estoy arrepentida", le confesó Patricia a la Policía.
El viernes detuvieron a los asesinos. El tatuador tenía encima 780 reales y el menor, 412 reales, 50 euros y también la billetera del turista alemán asesinado: adentro los policías vieron que todavía había una foto de Patricia.


***

Al principio mi alma se desprendió del cuerpo, en aquella vereda infame, angustiada por la suerte de Patricia V., mi hermosa y joven esposa brasileña. A medida que se iba desprendiendo de mi cuerpo, la autoconciencia crecía y crecía. Es difícil de explicarlo a los vivos: la muerte comienza con un violento despertar de la conciencia, casi como poder ver todo, desde todos los puntos de vista posibles. Hasta que uno se va acostumbrando a manejar semejante poder.
Entonces, mientras mi cuerpo caía y se moría, acuchillado, mi conciencia gimió por mi esposa. Sabía que no la podría ayudar y que sería violada y asesinada en cuanto los delincuentes se olvidaran de mí.

Pero en un momento percibí una sonrisa de Patricia, aunque por fuera gritara como una loca llamando a la policía. No entendía qué podía significar esa sonrisa. Supe que podía averiguarlo fácilmente: mi alma, o mi conciencia, comenzó a seguir a los asesinos, que huían rápido, corriendo por callejones y desdibujando las pistas hasta perderse en un infame pasaje lleno de puertas que daban a unas casuchas desguazadas. En una de ellas, entraron. Excitados, riendo, Joselinho y su socio, Manuel, abrieron la cartera de Patricia y los vi, contaron el dinero y los oí, dijeron ¡acá esta la platita, la otra mitad!
Reían, se abrazaban y ya salían a comprar lo que más deseaban: algo de droga y whisky escocés.

Me derrumbé confundido. Mi alma, separada, volvió a acostarse acá, al lado de mi cuerpo que yace esperando que alguien lo reclame en la sala de la Morgue.

No creo en su culpa, habrá algún error, esa sonrisa no existió, pensé al principio, buscando consuelo
Mi esposa –lo supe - estaba en la seccional de la Policía Federal. Ojos enrojecidos, llanto por fuera. Pero seguía sonriendo por dentro, algo que solo yo veía.
El oficial preguntaba cosas como
- Donde conoció a su marido
- Que vio en él, señora: usted tiene veintitrés años y el casi cincuenta
- De que trabajaba, solo era chofer, pensó que con eso la sacaría de la pobreza.
-Lo amaba con toda el alma —respondía firme. —La diferencia de edad no me importa. Estoy destrozada, déjenme ir a casa.
Firmó algunos papeles y, aliviada, la dejaron ir a su casa. Allá fue, rápido.

En cuanto llegó, se sacó la ropa y quedó a disposición de mi mirada. Ese cuerpo, sentí estremecerme, cómo deseo ese cuerpo, mi Dios. Se desvestía lenta, mientras llenaba la bañera de agua tibia. Quería sacarse el mal trago, la suciedad, la violencia de la escena, el mal trato de la policía. Entró al fin a la bañera, y jamás había visto en su rostro una expresión de paz y alegría tan grandes. Su mano jugueteaba con sus senos, los acariciaba, los enjabonaba, rasguñando levemente sus pezones con sus largas uñas. Los pezones se endurecían, emergiendo del agua jabonosa como islotes tentadores. Su otra mano bajó hacia el pubis, y más allá, comenzando un rítmico movimiento que crecía en gemidos. Era feliz, completamente feliz sin mí.

Me retiré, atravesando las paredes de su vivienda, vagando al azar. Se me ocurrió ir a la central de policía. Los oficiales ya se dedicaban a otros casos, de los tres o cuatro homicidios que registra Brasilia en cada jornada. Sería este uno más. Pero esa sonrisa de la víctima...

Algo muy extraño me guió hacia un espacio imprevisible: me metí por la red cibernética, en el chat que Patricia ingresaba todos los días, supe su contraseña y allí entré. Supe todo: como me ofreció al mejor postor, como arregló los detalles...

A los dos días, la Policía se enteró de todo.

Pensé en vengarme. Pero ¿cómo? Los fantasmas- eso soy ahora- somos entes desgraciados, en tránsito desde la realidad material hacia la eternidad sin masa ni tiempo. Somos patéticos, ya que no podemos influir en la realidad más que por medio de costosas exhibiciones de fosforescencias y ruidos. Esas luces y aterradores sonidos suelen asustar a las víctimas, pero raramente las hacen sufrir. La mente se encarga de negar las percepciones, los médicos las atiborran de antidepresivos, calmantes y barbitúricos y al poco tiempo nos sentimos desplazados, casi olvidados.
Ella en su confesión afirmó que yo “le gustaba”, pero que comenzó a pensar en obtener el seguro para ofrecerles una mejor vida a sus padres. Es comprensible: hay que conocer la pobreza de Brasil para entenderla.
Patricia es la mujer de mi vida: fogosa, sincera, preocupada por sus padres. Y se enamoró de mí. ¿Saben quién se podría haber enamorado de mí, si no fuera ella? Mi prima Helga, 82 kilos de pura potencia germánica, o alguna prostituta de las que yo frecuentaba. No tenía muchas opciones. Hasta que apareció ella. Un año con ella me ha bastado para justificar mi existencia. Sí, me asesinó, pero todas las noches renazco cuando la sigo a su baño y observo sus ritos sensuales, la manera acariciante en que se saca la falda, las bragas y el soutien, cómo se mete bajo la ducha del Penal de Itarabica, cómo juega con sus pezones y cómo, estoy seguro, me guiña un ojo, sabiendo que la estoy rondando, enamorado aun. A su disposición.
19/07/04