sábado, enero 15, 2005

Efecto mariposa


El señor García acababa de comprar un auto que pensaba regalar a su esposa en el día de su quincuagésimo cumpleaños. Lo había adquirido en un centro de ventas, ubicado en la Autopista Norte, y regresaba a la ciudad, contento y excitado.

Manejaba con cuidado el flamante vehículo, cuando sintió un fuerte golpe trasero. Bajó rápido y vio lo que más temía: el paragolpes de un descomunal camión destrozando el hermoso y elegante baúl de su auto. No lo dudó. Volvió, abrió la guantera, sacó la Beretta que siempre porta y caminó hacia el camión. El desaprensivo camionero había bajado para observar los daños. Ahí mismo recibió el disparo en la cabeza, que García le hizo sin darle la oportunidad de disculparse.


Un compañero de flota del camionero, que observaba azorado la escena bajó dispuesto a vengar al colega. Mientras corría entre los autos detenidos con un enorme palo en las manos, calculaba la mejor trayectoria para abrir en dos el cráneo de aquel asesino. Llegó justo a tiempo, mientras García se introducía en su auto, desprotegido y en equilibrio inestable, a medias agachado, en fin, del modo complicado en que - ahora- hay que forzar el cuerpo para entrar a un coche. García recibió un palazo, alcanzó a escuchar el ruido (”crack”) y su cerebro explotó, sorprendido.

José Roberto Espinosa, policía del cuerpo de motociclistas, pudo ver, entre la fila de vehículos detenidos, la sangre chorreando y trozos de tejido neuronal adheridos al palo, y no dudó de que debía, sin mayores averiguaciones, matar a aquel gigante camionero sediento de sangre. Disparó su arma reglamentaria, metiendo dos tiros entre las anchas espaldas del conductor, el cual maldijo su suerte mientras caía agónico.

Sus amigos - la flota era grande- bajaron en jauría para vengar su muerte. Destrozaron en instantes el cuerpo del represor, quien apenas pudo resistirse a ser desgarrado en vida y ver sus tripas saliendo por el enorme tajo causado por arma blanca.

Desde un helicóptero policial, de servicio a esa hora en la autopista, procedieron disparos certeros que, en pocos segundos, inundaron la calzada de cadáveres, más bien robustos, de los sediciosos camioneros.

La cacería aérea no impidió que una mala maniobra del excitado y torpe piloto, terminara estrellando el aparato sobre un camión cisterna que pastaba en la autopista, aun ajeno al drama. La explosión del material inflamable, derramado cientos de metros y con poder suficiente para volar una ciudad entera, se escuchó a cien kilómetros, incluso en la Ciudad Federal.

De inmediato se constató el daño (varios cientos de automotores en llamas, un cálculo estimativo de quinientos muertos) y en fulminante decisión, se ordenó que los misiles apuntados a cierta capital enemiga, fueran disparados en réplica, ya que el país era - evidentemente- presa de un ataque a traición, realizado por sus pérfidos enemigos.

La contrarréplica del país atacado, fue terminante y previsible: hacía décadas que las hipótesis de guerra barajaban este tipo de ataques por parte de la vecina y demoníaca nación. La Ciudad Federal fue barrida en medio de una lluvia de megatones, de intensidad difícil de calcular.

En respuesta, desde la Reserva Estratégica, el resto de los misiles se descargó sobre la ciudad enemiga, en la hecatombe más esperada y temida del siglo XXI: la Guerra Nuclear Localizada.

La feroz jornada terminó en minutos: a fin de evitar la Guerra Nuclear Universal, desde los satélites comandados por el Gobierno Popular del Norte, se derramaron como en lluvia miles de microbombas neutrónicas. Cayeron sobre ambas capitales en guerra, sobre sus ciudades menores, en sus llanuras y montañas, en la selva que aun sobrevivía indemne, sobre chozas de campesinos atados a la tierra, sobre moteles donde gente haciendo el amor fue sorprendida, sobre hospitales, y sobre cementerios y recuerdos.

El último pensamiento de Aída, la mujer del Sr. García, fue que nunca vería el estupendo regalo que su marido le había prometido. Días atrás, ella le había montado una fuerte escena de celos a causa de su secretaria, la loquita esa. Él juró que era mentira y para demostrárselo, dijo que le haría un descomunal regalo; “el de tu cumpleaños será un día histórico”, había agregado, sabio.

4 Comments:

At 11:38 a. m., Blogger esteban said...

Edgardo: gracias a vos. Sos la primera persona que postea un comentario. Hay por ahí, muchas chispas preparadas, listas para encenderse...

 
At 6:27 p. m., Anonymous Anónimo said...

Esteban.
Tengo una pequeña limitación, y es que no se “postear” comentarios. Juro que trataré de aprender, teneme paciencia, y mientras van algunas reflexiones.
Hay algunas cosas que me identifican con el cuento – que desde ya te aclaro, me gustó - supongo que por esa mezcla de síntesis/ironía o humor/reflexión sobre ese drama que es la violencia cotidiana donde estamos inmersos.
Pero creo que también porque me veo identificado por algunos factores: yo compré mi Clio en la concesionaria esa de la Autopista (dato ligeramente intrascendente, nada mas que como para arrancar el comentario), yo muchas veces – y el que diga que no que tire el primer misil - soñé con llevar una Beretta o algo parecido, o lo que es casi lo mismo, mas de una vez convertí mi auto en un arma que por suerte nunca disparé (aunque sí preparé el gatillo, y si tengo que ser sincero creo que hubo alguna vez algún problemita de puntería), y porque muchas veces, a la noche sobre todo, pensé en subir al cielo, ponerle gatillo a la luna, y desde arriba fusilar al mundo, suavemente, para que esto cambie de una vez (le pido prestada la idea a Tuñón, con las disculpas del caso).
En realidad esto último no tiene mucho que ver con el cuento, la hecatombe tan temida, ni nada de eso. Es solo otro punto de vista sobre el uso de la violencia, como para incentivar el debate.
Aunque si lo repienso creo que tal vez tenga algo que ver, y son las distintas motivaciones que llevan al uso de la violencia: un paragolpes chocado, el intento de cambiar al mundo, un incendio con 200 muertos. Es la historia, no? La chiquita del que compró un auto o pidió la “hamburguesa del cartel”, la universal, la de las cavernas. Y la corto antes que alguno busque una Beretta y me dispare por escribir tantas pavadas.
Hernán

 
At 9:09 p. m., Anonymous Anónimo said...

Suerte que no sabías postear...Ta muy bueno, es casi como un cuento. Me hace saltar de un lugar a otro del mapa, desde aca a la Luna.
Aclaraciones : juro que lo escribí hace mucho, pero siempre es actual mentar la violencia, juro que lo hice así, de refilón, exagerado como es la violencia, y sin sentido, aunque,sabieno que una vez que estás ahí, es difícil parar. Hasta la próxima y gracias por abrir el canal y "postear".
Esteban

 
At 3:16 p. m., Blogger Dalia Villa said...

Me encantó el relato... andaba buscando un cuento para mis alumnos de Cívica y Ética... esto me da realmente mucho material para reflexionar, analizar y debatir. Inicialmente lo buscaba para ver los efectos de las acciones del individuo en la sociedad, pero este cuento no solo trabaja eso, si no muchas cosas más. Ya veré luego que tantas opiniones aprendo de mis chicos.
Gracias ^^.

 

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