domingo, abril 24, 2005

El Arte de decidir

Pensé que podía cambiar mi vida en cuanto terminé de leer un libro, maravilloso, sobre el arte de la decisión. La vida, nos dice, se desperdicia en aprontes. La vida se nos va en timideces, en falta de decisión para actuar. Como protagonistas abúlicos, perezosos, se nos pasa la película y olvidamos cuál era nuestro papel en ella. Así nos va: nadie nos recuerda en el final.
Decidí, pues, decidir. Actuar sin temor. Al primer amor en ciernes, declararme. A la primera víctima de una injusticia, reivindicarla. Al primer niño hambriento, alimentarlo.
Caminé por la calle, aun enganchado con el libro, como viviendo un epílogo protagonizado por mi. Nunca miro a los ojos, aquejado por el temor a revelar algún secreto cuando se sostiene la mirada, pero en ese momento miré a los transeúntes con descaro, con insistencia, con una sonrisa franca, como invitándolos a conectarse conmigo, a romper la canasta y dejar volar a la mariposa.
Una bofetada, sonora, llegó por izquierda, de manos de una mujer a punto de desbarrancarse en la vejez, pero con todo el aire de señora con ganas aún de disfrutar. Es cierto, la había mirado con insistencia mientras le decía con la mirada: “ya sé que estas angustiada por el paso del tiempo, pero que aún esperas seducir, antes del declive. Acá estoy yo: cuarenta y nueve años, separado, siempre detrás de mujeres menores y ahora, de pronto, te veo y me gustaría tener una historia con vos, quizás la última que vivas antes de caer en la vejez irreversible.” Plash! sonó.
Intenté disculparme, pero ya se había formado un círculo de curiosos, sonrientes, señalándome, alguno gritándome “viejo verde”, alguna risa y yo rojo, sí, caliente la cara, las orejas ardiendo.
Quise alejarme rápido pero me lo impidió un chico callejero, de los que como sombras cubren nuestras esquinas con sus pequeños servicios y demandas.“ Una monedita, Don. Le limpio el vidrio, Don. Mire mi malabarismo, jefe”. Estaba practicando con cuatro pelotas de trapo Lo hacía bastante bien, no se le caían nunca. Y se ponía justo delante de mí, y yo urgido por escapar del bochorno. Terminé empujándolo del mal modo. Cayó a la calle y se golpeó contra un auto. La gente gritó indignada. Huí como cobarde.
Lo que no sabía es que en la otra esquina me esperaban sus amigos. Chicos ya más grandes, calzando aparatosas zapatillas, con baldes y trapos y caras serias. Ellos se comunican con silbidos y gritos agudos: lo sabían todo.
–Así que te gustan las viejas, maricón. Y empujas a los pibitos de la calle, cabrón.
Alcancé, por suerte, a parar un taxi mientras diez ojos me maldecían. Y apurado entré y secamente le indiqué la dirección. Ni una palabra más. El hombre era de los habladores, aburridos por horas de manejo en la ciudad, añorando tomar un mate con la señora, mirando la tele.
–Desastre estos pibes, no?
–Sí, que va hacer...
–Por mí, nada, pero molestan al público. Mas que nada eso.
–...
–Y a usted, cómo lo agredieron ¿no?, por qué habrá sido, me pregunto...
–...
– Seguro que lo querían robar, los guachos
–...
–Y yo no le digo ninguna ninguna novedad todos nosotros los taxistas lo decimos porque conocemos la calle sabemos como son las transas vemos todo robos travestis venta de droga choreos porque a este país se lo quieren reventar los imperios para quedarse con el petróleo y más que eso con el agua que tenemos en los hielos continentales que los chilenos aliados de los ingleses se querían quedar con esos acuíferos por que además ahora China mira con ganas y los japoneses ni le cuento vio la cantidad de chinos que hay ahora por Belgrano y por Flores guarda con esos porque están bichándonos todo el tiempo y pasándole data a los de Pekín que en cualquier momento nos afanan media Patagonia si somos los boludos del mundo mire...
–Déjeme acá.
–Pero...falta mucho.
–Cambié de idea.

Salí a tomar aire y a planificar el resto de mi vida. A decidir cosas, de acuerdo al libro.
Primero. No mirarás más a la gente a los ojos. Segundo. No te detendrás frente a los chicos de la calle. Tercero, no tomarás más taxis. Cuarto, te mudarás de época y país: vivirás en Tahití, en 1889, junto a Gauguin pintando palmeras y cuerpos y playas blancas, acompañarás a Picasso en su primer viaje a París, te encontrarás con Gershwin mientras compone Un Americano en París y tendrás algunas discusiones sobre el futuro con Einstein y Freud, en Viena, 1909. Tocarás jazz en Harlem, 1948 y gozarás de la praia con Vinicius y Tom, en Bahía, 1958. Seducirás a Brigitte Bardot en 1960 y volverás atrás, a escuchar a Johann Sebastián en su iglesia.

Esas son decisiones.


2/12/04

3 Comments:

At 5:22 p. m., Anonymous Anónimo said...

eso es tener decisiones, pero en el fondo son imposibles y yo creo que un click puede cambiar la historia. Aún no le he dado el zarpado a mi compañera de laburo. Hoy me pidió que le observara la boca, si tenía restos de comida, tenía que atende el público. Yo se que me regalo un segundo de mirada. pero vamos no me decido che.

 
At 6:24 p. m., Anonymous Anónimo said...

jaja apludo su decisión hombre!! Después de eso nadie podrá decirnos que no vivimos, yo le agrego a la praia con Vinicius un par de cervezas bien frias jaja Siempre me digo q el destino baraja y uno juega y q si nunca haces locuras jamás harás nada interesante.
Saludos! :)

 
At 6:24 p. m., Anonymous Anónimo said...

Este comentario ha sido eliminado por el autor.

 

Publicar un comentario

<< Home